UN MEDIA LEGUA EN LA MEDIA MARATÓN POR MONTAÑA DE GUADALUPE. Por José Miguel Cruz Arrabal.
Eran las tres de la madrugada, cuando me desperté fruto de una mezcla de emoción e incertidumbre por la carrera que iba a disputar en unas pocas horas. Quedaban aun tres horas más para que sonase el despertador, pero aunque lo intenté con todas mis fuerzas, fue imposible volver a quedarme dormido. Había quedado con dos amigos (Pepe y Trujillo) del Club de Pozoblanco, con los que me iba a desplazar hasta Guadalupe (Cáceres) para disputar una Medía Maratón por Montaña y el mero hecho de llegar tarde, me impedía volver a reencontrarme con Morfeo.
Después de dos horas de viaje, llegamos a nuestro destino sobre las nueve de la mañana. Hacía más frío del previsto, un grado bajo cero, aunque el sol empezaba a calentar la sierra de las Villuercas por la que más tarde pasaríamos corriendo y en algunos tramos incluso andando. A nuestra llegada, varias decenas de corredores recorrían las proximidades del Monasterio de Guadalupe, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1993, con objeto de localizar donde se encontraba ubicada la salida, la entrega de dorsales, el guardarropas, las duchas, etc. Prácticamente sin darnos tiempo a ubicarnos, nos abordó un paisano de Pedroche afincado en Cáceres. Había leído en la lista de inscritos, que participarían en la prueba gente de su tierra y como dice nuestro Rey “esto le llenaba de orgullo y satisfacción”. Tras departir varios minutos con nuestro paisano, nos despedimos hasta la hora de la carrera y nos dispusimos a enfundarnos los atalajes necesarios para intentar superar los 22,2 km y 1434 metros de desnivel positivo que teníamos por delante. No sin antes dudar sobre la indumentaria a elegir: zapatillas de trail o normales, camiseta de tirantes o de manga corta, pantalón corto o mallas, calcetines o medias…
La prueba comenzó con unos minutos de retraso, producto del control de firmas que tuvimos que realizar todos los corredores. Las estrechas calles cercanas al monasterio, eran ya un hervidero de acompañantes, lugareños y visitantes intentando insuflar ánimos a los 250 participantes colocados en la línea de salida.
Tras desearnos suerte y producirse el pistoletazo de salida, comenzamos a recorrer las calles de Guadalupe buscando la salida del pueblo camino a una antigua vía férrea que unía las poblaciones de Villanueva de la Serena y Chozas. Pronto empezaron los problemas para mí, en una fuerte bajada en el primer kilometro, noté como primero el gemelo de mi pierna izquierda y a los pocos metros el de mi pierna derecha se me contracturaban. Pensé incluso en abandonar, quedaban muchos kilómetros por delante y el dolor parecía que me acompañaría durante toda la prueba, pero gracias a los ánimos de mis compañeros de viaje, decidí continuar. Los cuatro primeros kilómetros discurrieron por un falso llano a través de la vía férrea citada anteriormente, fue a partir de aquí cuando las cosas empezaron a complicarse con una fuerte subida de unos cuatro kilómetros para ascender a las ermitas de San Blas y de Santa Catalina, oratorios rurales del Siglo XVI. Después de esta subida, nos aguardaba una pronunciada bajada de unos dos kilómetros hasta llegar al río Guadalupe, declarado en 2003 corredor natural de biodiversidad. Sin lugar a dudas este fue el peor momento de la prueba, el dolor de gemelos no cesaba y seguramente como consecuencia de modificar la pisada, empezaba a contracturárseme el cuádriceps izquierdo. Me acordé entonces de lo que comenta Killian Jornet en su libro “correr o morir”, en estos momentos hay que intentar distraer a la mente para que no piense en el dolor. A esto me ayudo enormemente Trujillo, que durante más de cuatro kilómetros de subida paralelos al río hasta llegar a la presa del Mato, se encargo de darme charla para que me olvidase de mis dolores y doy fe que lo consiguió. A partir de ese momento, los dolores se convirtieron en molestias. Comenzó entonces una fuerte subida de dos kilómetros por una pista cubierta por las sombras de los innumerables pinos que existían en sus márgenes. Posteriormente, una pronunciada bajada de otros dos kilómetros fue dando paso al monte bajo y los olivos, hasta llegar a la zona conocida como de las Pasaderas y la Asomá. Aquí comenzó la última subida de la prueba, dos kilómetros por un camino de tierra suelta con desniveles que en ocasiones superaban el 18%, hasta subir a la zona denominada como el Torno. Una vez arriba la vista era impresionante, el monasterio se elevaba majestuoso en el centro del casco urbano, incluso me atrevería a decir que parecía más grande que el propio pueblo. Tras unos segundos para admirar el paisaje y recuperar el aliento, procedí a atacar los últimos dos kilómetros de bajada consciente de que el reto estaba superado. Ya no habría dolor que me impidiese terminar la prueba. La entrada a meta fue espectacular, de repente parecía como si la población de Guadalupe se hubiese multiplicado por cinco en unas escasas dos horas. La gente llenaba las plazas y calles para animar a todos los corredores que iban llegando. La ovación fue aún mayor cuando mi compañero de fatigas (Trujillo) y yo decidimos entrar a meta de la mano. ¡Gracias amigo por tus ánimos!. Pocos minutos después, entraba Pepe que por unas molestias estomacales tuvo que pararse en la primera gran subida de la prueba. En definitiva, un día espectacular, en un entorno increíble, con buenos corredores y con buena gente.
No me gustaría despedirme, sin felicitar a todos los miembros del club que participaron en la carrera de los Guajares. Mención especial merece Zaid, que con su empeño y sacrificio nos demuestra día a día lo gran campeón que es. Y por supuesto desearle a mi “cuñao” Manolo, que se recuperé definitivamente de su lesión y nos pueda acompañar en la próximas carreras. ¡SALUDOS!