Eran las seis y media de la mañana y la luz que se filtraba por las rendijas de la persiana me abrió los ojos para recordarme que empezaba otra estupenda mañana de atletismo y convivencia con los Medias Leguas, pero no intuí lo que nos esperaba.
Estiré el brazo, apagué el despertador, desayuné tranquilo, me afeité (un 10.000 se merece una cara en condiciones) y me vestí con nuestra cuidada equipación. Un rato después me acerqué a El primero de la mañana, donde habíamos quedado los corredores adultos, poco a poco nos juntamos todos, algunos tomaron café, charlamos del frío que podría hacer en Priego, de cómo nos distribuiríamos en los coches y de las carreteras cortadas. En otras casas las mamás y papás habían despertado y preparado con cariño a los Medias Leguas más pequeños. Pero no intuíamos lo que nos esperaba.
Después de pasar por Fuente Tójar (menuda vuelta), llegamos a la señorial villa, aparcamos y nos dirigimos al Parque Niceto Alcalá Zamora, salida y meta de la prueba, todos convertidos en una mancha azul, pero… no sabíamos que conseguir los dorsales fuera tan complicado: algunos de nuestros compañeros y muchos más de todos los equipos participantes parecían salmones desesperados subiendo el último tramo de un río de montaña de Alaska, todos apiñados y nerviosos sobre las indistinguibles cabezas de los desbordados miembros de la organización, y que los dorsales no aparecían y que no podían empezar la carrera de los adultos ni tampoco la de los niños, y venga quejas y cabreos. Por fin nos tranquilizamos cuando Curro trae algunos dorsales, Jesús reparte las camisetas a los niños y empiezan las pruebas de chupetes, prebenjamines, benjamines, alevines y cadetes con padres y madres animando a los niños, ante la expectación de algunos veteranos corredores y el calentamiento de otros. Después corren los discapacitados. Francisco consiguió una buena posición. Los juveniles salieron con los seniors, pero sólo corrieron cinco mil metros. Pero no intuíamos lo que nos esperaba.
¡Atención, corredores!
PUM.
Salgo el último, sin prisas, adivinando que los demás van delante de mí por el polvo de sus zapatillas, pero progreso por el precioso itinerario de la monumental Priego: su castillo, sus callejuelas blancas, sus parques, sus fuentes, sus iglesias barrocas, su zona residencial…, me divierto con dos corredores que me adelantan y a los que adelanto tres veces (en la meta nos saludamos), pero no soy Fernando Alonso en Mónaco, sigo a mi aire y estoy seguro de que ya han llegado a meta José Miguel, Curro, Jesús Morales, Jesús Ortega, Alberto, Francisco Gómez, José Antonio, Carlos, Cristóbal, Antonio García, Rafa Morales y José Pavón; pero distingo a lo lejos la camiseta de un Media Legua, me acerco y José Pavón me dice que se ha hecho daño en un músculo, irá lento y que yo siga, le acompaño un rato, pero lo dejo porque me encantan las cuestas y adivino una cabeza cana con un ritmo constante y tranquilo, es Rafa Morales, el más veterano, me cuesta alcanzarlo y llegamos juntos en un apretado sprint, nos reímos y abrazamos. Pero no intuíamos lo que nos esperaba.
Cogemos las camisetas rojas (las de los niños son caquis), siguen llegando corredores, acabamos y muchos esperan las clasificaciones, porque desean acariciar sus premios, pero, como no hay control electrónico, el rato se alarga… casi tres horas, por eso los agobios para coger los dorsales, al principio de la mañana, se quedaron pequeños ante la tormenta de quejas, reclamaciones y enfados, puesto que muchos tiempos estaban equivocados y en muchos de nosotros el número del dorsal no coincidía con nuestro nombre; los del club Maratón de Lucena, los del Trotasierra y los nuestros discutieron mucho con la organización, consiguiendo con buena voluntad que los auténticos ganadores recibieran sus premios, y nuestro compañero José Miguel Gallego pudo disfrutarlo, sin embargo, Rafa Morales no consiguió el suyo, ¿de quién fue el error? Tres horas de incertidumbre, hambre (los gajos de mi naranja y las cerezas de Rafa no son suficientes para tanta gente desesperada) y sudor (qué peste destilábamos algunos). Los niños no tuvieron esos problemas, por suerte, y sus familias disfrutaron mucho con las carreras y los premios, como con Adrián Valenzuela Estévez, que fue el segundo en su categoría; también corrieron Antonio y Marina García Salamanca, María Mesa Albendín, María Victoria Ramírez García, Alberto Luque García, Ángel Estévez Valenzuela, Raúl Peláez Carrillo, Francisco Luna Quesada, Mario Cano Moreno y Denis Ortiz Ortiz. Espero no olvidarme de nadie. Pero no intuíamos lo que nos esperaba.
Nos esperaba… Montilla, el domingo próximo.
Por Erasmo Hernández González