Por Erasmo Hernández González:
Hemos visto el amanecer quitándonos los chándales y calentando por un parquecillo del Palmeral de las Sorpresas, en el Muelle Uno del puerto de Málaga, a la espera de que el spiker anunciara que nos fuéramos a los cajones correspondientes de la salida de… la Maratón de Málaga. Éramos cuatro, dos que se han enfrentado con éxito a su primera maratón (Álex Djeumo y Carlos Linares), muy bien preparada desde hace meses y fenomenalmente acabada, y dos que hemos probado con la segunda (Luis Muñoz y yo), a la que hemos sobrevivido como hemos podido, porque la carrerita que se inspira en el larguísimo paseo de Fidípides entre Maratón y Atenas hace más de dos mil años no es para menos.
Han participado más de mil novecientos atletas y espero volver el próximo año, a reencontrarme con el mar, la buena temperatura, el sol, los tíos y tías fuertes, los superviejunos (ha terminado la prueba un hombre de 81 años (¿así cómo no nos vamos a jubilar a los setenta años?), bastantes mujeres mayores de cincuenta años, el pescaíto, las preciosas y anchas calles del centro de Málaga, la medalla con la grabación del nombre y el tiempo, la camiseta de finisher (llegas medio muerto a cogerla y se han acabado las de tu talla, pues… corre más rápido), un compañero con el que compartido 35 kilómetros, el público que nos animaba en los últimos kilómetros (no se acababan, pensaba que se les había olvidado colocar los paneles del 40, 41 y 42, o que los habían recogido y se habían ido a comer) y cruzas la meta, unos adolescentes nos ponen la medalla y se nos pone una sonrisa que te quita los tirones, calambres, dolores de espalda y cadera, sobrecargas musculares (unos cinco minutos, puesto que, si no estiramos, ya podemos llamar a los bomberos para que nos pongan derechos).
En fin, la maratón es la carrera con mayúsculas, no solo por el esfuerzo titánico del día en que se celebra, sino por los muy disciplinados meses de entrenamiento y cuidado personal (alimentación, sueño, dieta, etc.), pero eso lo dejo para otro artículo, ya que tiene también una fuerte carga emocional, como sabéis todos los que lo habéis hecho, aunque coloquialmente digamos: “El entrenamiento de la maratón es muy jodío”. “Jodío”, pero repetimos. También me gusta que entre los participantes nos animamos mucho, todos somos ganadores.