Por Erasmo Hernández González:
Ha empezado el otoño, las hojas no se han caído aún de los álamos de la Avenida, en la Caseta Municipal se celebra la Feria de la tapa cofrade, en la calle millones de adolescentes, en las terrazas muchos grupos de amigos, la luz de las farolas cambia los colores… era el sábado por la noche. El domingo por la mañana nace frío, silencioso, pero… el deporte bulle, hay muchos ciclistas que se juntan en la acera de la cafetería Cervantes y unos Medias Leguas muy temerarios se caen de la cama (con lo calentita que está en otoño) para embarcarse en una nueva quijotada: la Ruta del aceite de La Victoria, el 25 de septiembre.
Nos vemos en la Avenida, un rato después llegamos a Fernán Núñez y somos capaces de sortear las cuarenta glorietas y setenta desvíos gracias a la estupenda orientación de Pepe Pavón. Entramos en La Victoria, un pueblo agrícola tranquilo con 2.300 habitantes, que tiene muchas casas y pocos pisos; localizamos el arco de salida, cogemos los dorsales, saludamos a Pedro Díaz (del Maratón Lucena) y a Emilio Polonio (del Atletismo Montilla), que alaban la carrera de las Dos Leguas. Calentamos, vemos que algunos llevan los calcetines de las Dos Leguas y nos colocamos bajo el arco de salida, vamos a salir los primeros, esta vez van a respirar el polvo de nuestras zapatillas…, apesta a Reflex, se acercan a Conchi dos corredoras del Virgen de Belén y del Maratón Lucena, que le cuentan lo extraordinarias que fueron la carrera de Baena, la bolsa de regalos y la camiseta femenina, al mismo tiempo que se enfadan, buscando apoyos entre los que les escuchábamos (Luis asiente con la cabeza), porque las mujeres sólo pueden correr la mitad de la competición (sólo 5.000 mts.) de La Victoria, ellas son atletas de raza, iguales que los hombres y se interrumpe la conversación porque chilla el speaker: “Energy, power, energy, power”, todos nos reímos y por supuesto nos llenamos de energy y de power (faltaría más) y de pronto el mismo suelta: “Se ponéis tos ustés detrás del arco”, o sea, inglés y cordobés a la vez, “cacho espíquer”; ¡pum!, salimos y nos pasa por encima hasta el apuntador, ¡qué prisas!
Y cuesta para arriba y cuesta para abajo, con ocho falsos llanos reventones (cuatro en cada vuelta), a toda velocidad, resoplando y en mi caso jugando al pilla pilla con varios corredores, sin poder disfrutar de los monumentos locales (la Casa capilla de los monjes Mínimos, la Torre de don Lucas, la Iglesia de san Pedro de Alcántara y el Ayuntamiento, sin olvidar sus dos descubrimientos arqueológicos del Toro ibérico de Riaza y la Piedra del trueno), pero los victoreños se echaron a la calle y nos animaron mucho, sobre todo una chica jovencita, casi una niña, que nos hacía la ola a todos y perdíamos el resuello, pero lo encontrábamos en la esquina siguiente, puesto que esta carrera tiene más curvas que las que ha pasado Fernando Alonso el último año, por lo que algunos corredores derrapaban. El ambiente en la prueba ha sido estupendo, como suele suceder siempre en el atletismo popular, surgen los grupillos espontáneos en los que nos metemos para llegar mejor a la meta, parece que entre todos tocamos a un trozo de cuesta cada uno (puro placebo) y llegamos. Descubro algo que me alivia: en la carrera han participado dos gemelos, con pelo blanco, barba entrecana, camiseta amarilla y mallas negras; me quedo tranquilo puesto que en el kilómetro ocho me preguntaba cómo había pillado al mismo “tío” dos veces, pero, como la vida es sueño, todo es posible. El speaker gritaba en su spanglish particular a cada corredor cercano a la meta: “A full, a full”, que supongo significa “a tope, a tope”.
Recogemos los regalos, comentamos que la organización ha sido muy buena, miramos los tiempos, que han sido estupendos, ya que tenemos el ritmo de competición que tantas satisfacciones nos da (Pepe y Gerardo van como balas), y abrimos la bolsa: botella de aceite, bocadillo, manzana (o plátano o nectarina), agua, cerveza, refresco, cuña de queso viejo, llavero, camiseta, cd con imágenes de la carrera de otros años, libretilla para imantar en la nevera, participación en la lotería navideña y folletos informativos sobre La Victoria.
Volvemos al coche, charlamos con Rafaela, del Trotasierra de Hornachuelos, que el año pasado participó en 24 de las 27 carreras del circuito provincial, y que se interrumpe al señalar con el brazo estirado eso, o sea, un ser racional (un rato antes atleta) que se está lavando la cabeza en la acera, con su jabón chorreando por la espalda mientras se enjuaga el pelo con el agua que cae de una botella de dos litros de Coca Cola.
Nos despedimos, volvemos a casa y un rato después nos vemos en la Feria de la Tapa, para batir otras marcas.
Erasmo.